En un principio, un kebab no parece más que un sano
bocadillo con carne sin grasa visible, tomate, lechuga y una salsa que suele
estar elaborada a base de yogur. El problema aparece al analizar qué tipo de
carne comemos en este bocadillo.
Según la publicidad, la carne de un kebab típico es de cordero (aunque actualmente se puede escoger de ternera o incluso de pollo),
pero un estudio británico realizado hace un año reveló que realmente se trata
de restos de carne mezclados con diferentes condimentos y colocados con su
forma característica a girar en un soporte. Si se trata de restos, entonces
debemos considerar que la grasa es notable, por lo que se ha denunciado la gran
cantidad de grasas y calorías que aportan estos bocadillos (pueden superar las
1000 Kcal por unidad). Así, la grasa saturada de la carne y el sodio de los
condimento y de la salsa son los principales ingredientes nocivos.
Por otro lado, el pan del kebab, aunque es delgado, es de
gran tamaño, por lo que al superar los 100 gramos aporta
también una parte importante de las calorías totales del plato.
La salsa, realizada a base de yogur natural (en un
principio), es preferible a la salsa americana o mayonesa de las hamburguesas;
y por otro lado, la cantidad de vegetales en los kebabs es superior a la del
resto de las comidas rápidas.
Teniendo todo esto en cuenta, en función de las calorías y
grasas saturadas, y de la dudosa procedencia y calidad de la carne, el kebab
podemos considerar que es peor que las hamburguesas.
En resumen, a pesar de tener menos fritos y más vegetales,
el kebab tiene demasiadas calorías y su calidad no siempre es la que parece. La
recomendación, consumirlos con moderación y en aquellos lugares que son
realmente de confianza.
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