No es
cierto que sea mejor tomar sólo un sándwich o una ensalada a la hora del
almuerzo y convertir la cena en la comida principal del día. Se debe comer en
la primera parte del día (mañana y primeras horas de la tarde) las dos terceras
partes de la alimentación diaria.
Cuando
el desayuno y el almuerzo son muy ligeros, se suele llegar a la hora de la cena
con mucha hambre. En estos casos, se produce un mecanismo en el sistema
nervioso central por el que el hipotálamo interpreta esas horas de ayuno o de
baja ingesta como una carencia, disminuyendo así el gasto energético y
aumentando la sensación de hambre.
Muchos
cambios neuroendocrinos están en función de los ritmos circadianos que
controlan el sueño y la vigilia. Al levantarnos, se activa el metabolismo y es
necesario aportar energía al cuerpo mediante un desayuno equilibrado y un
almuerzo moderado a mediodía. Mientras que tras la cena, nuestro cuerpo va a
gastar menos energía, por lo que ésta debe ser más ligera.
Y es que
ya lo decían nuestras abuelas: “Desayuna como un rey, come como un príncipe y
cena como un mendigo”. Eso sí, no es cuestión de descuidar la cena ya que, como
una de las comidas principales del día, tiene mucha importancia y debe hacerse
bien. Así que no te conformes con tomar sólo un yogur o una fruta, trata de cenar bien tomando platos ligeros pero nutritivos que te aporten todas las vitaminas y demás nutrientes que tu cuerpo necesita. No debemos excedernos, pero tampoco quedarnos cortos...
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