Todos
sabemos que existen momentos en los que comemos aunque no tengamos hambre.
Debido a esto es por lo que existen problemas como la obesidad, por ejemplo,
porque comemos aún cuando nuestro cuerpo no lo necesita.
Hay
muchos factores por los que comemos, entre los que se encuentra nuestro estado
de ánimo, el que sea la hora de comer, el aburrimiento, las reuniones,
sociales, percibir olor a comida que nos gusta, tener la comida delante…Muchas
de estas situaciones nos generan apetito, es decir, ganas de comer, aunque no
tengamos hambre.
Por
ello, para no correr el riesgo de que nuestro peso aumente sin motivo, debemos
aprender a diferenciar el hambre del apetito. En el caso del apetito, podemos
distinguirlo fácilmente porque siempre nos va a llevar a un alimento concreto.
De esta manera, tenemos que tratar de comer sólo en aquellos momentos en los
que tenemos hambre real y no cuando tenemos apetito o ganas de comer.
Esta es
la manera de conseguir que nuestro peso se mantenga y que el balance diario de
calorías no se desvíe hacia un exceso de ingesta. Lo mejor es tratar de comer
cuando tengamos hambre y, en aquellos momentos en que sentimos apetito o ganas
de comer algo concreto, controlar la cantidad que tomemos para no pasarnos.
Si el
problema es que comemos por estrés, aburrimiento o ansiedad, debemos tratar de
eliminar estas emociones y controlarlas ya que, aunque comamos, no van a
desaparecer.
Sé que
no es fácil, pero con un poco de voluntad, todos podemos controlar ese apetito
que nos asalta a veces. Aunque como siempre digo, un capricho de vez en cuando
no viene mal.
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