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Betacarotenos: son los precursores de la vitamina A. Se trata de
pigmentos de color amarillo o naranja que se encuentran en algunas frutas y
verduras como las espinacas, calabaza, zanahorias, tomate... Se consideran uno
de los antioxidantes más efectivos para proteger al organismo frente a las
enfermedades crónicas provocadas por los radicales libres. Entre sus funciones
se encuentran proteger a la piel de los rayos UV y ayudar al crecimiento y
renovación de las células de la piel. Un exceso de betacarotenos puede dar
lugar a una coloración amarillenta de la piel, especialmente en las palmas de
las manos y las plantas de los pies (este problema desaparece en cuanto se
dejan de consumir alimentos ricos en estas sustancias).
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Radicales libres: son moléculas “desequilibradas” que poseen átomos
con capacidad para reaccionar con otras moléculas, de manera que son muy
reactivos. Los radicales libres recorren nuestro organismo intentando
reaccionar con las moléculas estables para poder volverse ellos mismos
estables, provocando reacciones en cadena que pueden destruir nuestras células.
Están relacionados, entre otras cosas, con el envejecimiento celular.
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Glucemia: es la cantidad de glucosa presente en la sangre. Sus valores
normales oscilan de 70 a 105 mg por decilitro. Tras ingerir alimentos con
carbohidratos (azúcares, pan, pasta, arroz, dulces, legumbres, patatas,
frutas…) se da un aumento de la glucosa
en el torrente sanguíneo, pero en unas horas, gracias a la acción de la
insulina, la concentración vuelve a sus valores normales. La insulina es una
hormona producida por el páncreas que permite que la glucosa pase a las células
para ser aprovechada por ellas dando lugar a energía. SI la glucemia baja, el
páncreas secreta glucagón, otra hormona que provoca que la glucosa acumulada en
el hígado llegue a la sangre, volviendo a conseguirse una glucemia normal.
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