Todos
conocemos esta rica y variada infusión, pero la verdad es que, por norma
general, sabemos poco de ella.
En el
año 2737 a.C., el emperador chino Shen Nung se preocupaba por la salud de su
pueblo, por lo que siempre insistía en que el agua debía hervirse para ser
potable. Un cálido día de verano, el emperador y su séquito estaban recostados
bajo un árbol cuando unas hojas del mismo cayeron en el agua que estaban
hirviendo los sirvientes, provocando que un agradable aroma llegase a la nariz
del emperador. Al probar el agua con las hojas caídas del árbol, Shen Nung
comprobó que le daban a la misma un sabor exquisito, por lo que ordenó que se
plantase de manera masiva aquel árbol, que no era otro que el árbol del té.
No está
muy claro si el té llegó a Europa de la mano de los portugueses o de los
holandeses, lo que sí se sabe es que fue en el siglo XVII cuando está bebida
llegó al continente. Ambos países comerciaban con China trayendo del país
asiático especias, sedas y brocados. Pero pronto Portugal comenzó a importar
también té de China, mientras que los holandeses lo hacían más bien de Japón. En
el siglo XVII el café era la bebida más popular en Rusia, pero una vez que el
zar Alexis probó el té que le habían enviado de regalo los chinos, la demanda
comenzó a crecer y se estableció una ruta comercial regular de dicho producto.
El té
llegó a Inglaterra en el mismo siglo gracias a Thomas Garraway, un comerciante
londinense. Cuando el rey de Inglaterra Carlos II contrajo matrimonio con la
princesa portuguesa Catalina de Braganza, comenzó a beberse mucho más té, ya
que la reina era una gran consumidora de la misma, pero sólo los ricos podían
permitirse pagar su alto precio. Este precio elevado fue el culpable también de
que el té fuese un producto que se adulteraba con el fin de ganar más dinero o
poder rebajar un poco el precio. Fue gracias a John Horniman que el té se pudo
acercar a la población más humilde ya que en 1826 fundó un negocio donde vendía
bolsitas de papel precintadas con peso neto garantizado de té sin adulterar.
En
España conocimos el té en el siglo XVIII, bebida que nos llegó gracias a las
influencias de Gran Bretaña y Francia. En aquella época, los españoles solían
consumir café y chocolate y la moda del té les sonaba como una excentricidad
más de los ricos y snobs, por lo que en un principio fue una bebida bastante
rechazada. Pero ya a principios del siglo XIX la aristocracia se apuntó a la
moda del té, haciendo que tomar el té en sociedad se convirtiese en un signo de
distinción. Después de la guerra civil, la costumbre de tomar el té quedó un
poco abandonada, pero pasados los años volvieron a abrirse establecimientos
donde poder disfrutar de un té por la tarde en compañía de amigos.
Hoy en
día podemos encontrar té procedente de diversos lugares:
-
India: es el mayor productor y exportador de té de todo el mundo,
siendo las zonas de mayor calidad Nilgiri, Assam y Darjeeling
-
Kenia: el tono de su té es rojizo y su sabor es fuerte
-
Ceylán: se trata de tés de alta calidad, fuerte y con un sabor
ligeramente amargo
-
Japón: exporta poco té y suele ser té verde
-
Rusia: son tés perfumados y con mucho cuerpo
-
China: es el país del té por excelencia y tiene una gran cantidad de
variedades del mismo, destacando Russian caravan (mezcla de tés negros que debe
su nombre a que era consumido por los comerciantes rusos que viajaban en las
caravanas), Formosa oolong peach Blossom (puede estar perfumado con gardenia,
jazmín u otras flores, y suele tener un sabor a frutas), Yunnan (se trata de
uno de los tés negros chinos más fuerte), Lapsang souchong (su sabor es
ahumado, lo que le hace inconfundible), y Keemun (fuerte aroma y delicado
sabor)
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