En la
infancia suele ser habitual que tomemos bastante leche ya que es un alimento
muy nutritivo que nos va a ayudar en el crecimiento. Ya de adultos, se suele
cambiar la leche por queso o yogur pero, ¿es realmente lo mismo?
El
yogur es un producto lácteo, es decir, derivado de la leche. En su elaboración,
se lleva a cabo una fermentación bacteriana que va a provocar que la lactosa
(el azúcar de la leche) se convierta en ácido láctico. Este es el motivo por el
que las personas intolerantes a la lactosa a veces puedan consumir yogures,
debido a que su contenido en lactosa es inferior.
En
cuanto a la composición nutricional, los yogures poseen cantidades de
proteínas, hidratos, grasas, calorías, minerales y vitaminas similares a las de
la leche, algo totalmente lógico si tenemos en cuenta que son derivados de la
misma.
Una
ventaja que tienen los yogures frente a la leche es que algunos contienen
bacterias activas, como es el caso de los probióticos, ayudando a mejorar el
funcionamiento intestinal y a acelerar la recuperación de la flora bacteriana
tras episodios de diarrea.
Pero
una de las diferencias que hace que muchas veces la balanza se incline a favor
del yogur es que al poder elegirlo de sabores diferentes, resultan más
apetecibles y pueden llegar a considerarse incluso un postre. El hecho de que
estén saborizados es lo que hace que, en caso de tomar lácteos desnatados, se
elija un yogur antes que la leche ya que ésta última desnatada pierde textura,
sabor y aroma, algo que no ocurre con los yogures.
En
conclusión, la leche puede sustituir al yogur y el yogur puede sustituir a la
leche en función de las preferencias personales de cada uno. Eso sí, en casos
particulares, como por ejemplo intolerancia a la lactosa, el yogur es una
opción mucho más recomendada por ser mejor tolerado.
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